Porrusalda

Páginas arrancadas del diario de un reptil (11)

«¿Exactamente qué palabra has utilizado antes? Es interesante, todo esto que dices». No sé que cojones de palabra le habría dicho, pero me lo puedo imaginar, cuando empiezo con los discursitos cargados de palabras de cinco duros soy una mina. Recalcitrante, por ejemplo, suena de cojones, es un hecho innegable. Voy cogiendo carrerilla hasta que llega un punto en que no se parar, cosas que pasan, cosas de la vida. En cuanto a lo que interesa, estaba decidido a explicarle de nuevo mis revelaciones en torno a los tres estados del tiempo y hacerlo sin reparar gastos en cuanto a precisión: hablarle del tiempo sólido, liquido y gaseoso, sí, hablarle del sustrato compartido de la materia. Pero mientras pienso en hacerlo me toca los brazos y me acaricia las piernas, definitivamente es fácil perder el hilo en circunstancias así.
Le digo que pare, que no me interesa, pero solo deja de tocarme cuando ocupa las manos en hacerse un porro, y es que no para, según acabamos uno se hace otro. Luego vuelve al tema. Le digo que deje de sobarme, tan pausado se lo digo que parece no entender. Le pierde el vicio. No quiere entender. Vaya por dios.
«Deberías estar orgulloso, ¿sabes? yo soy un esteta, no te lo dice cualquiera, esos bíceps son preciosos, madre mía». Y ahí que va otra vez a comprobar que siguen en su sitio. Vaya con el esteta. Pequeño vicioso. Así seguimos un rato. «No hace falta que tú hagas nada, solo quiero tocarte, no hace falta que tú me toques a mí, ¿Qué diferencia hay si te toca una chica o te toco yo?». Joder,  precisamente esa. No me atrae y no le veo, ciertamente, pinta de fumar tanto, así que imagino que solo quiere dejarme inconsciente con tanto darle a la piedra. Se toma muchas confianzas y no se traga el humo, quiere tumbarme a porro limpio. O corto por lo sano o me bajo los pantalones para que me la chupe. Una de dos. O tú o yo. Esto último se me ha escapado en alto.
          ¿Qué dices?
          ¿Como me has dicho que te llamas? – pregunto.
          Vaya, ¿no te acuerdas? Addas, con dos des.
          Mira Addas con dos des, vas a dejar de magrearme, ¿vale? voy a acostarme en ese cuarto –le digo mientras señalo la primera puerta que veo-, y si cerrar la puerta no es la última preocupación que tengo que tomarme por esta noche, y entras o yo tengo que salir, te juro que te destrozo la casa, entera, empezando por el puto muñeco, y pasando por sacudirte a ti si es necesario.
          No hace falta que digas eso… seguiremos hablando, está bien, ¿Cuál es esa palabra que has dicho antes? Todavía no me la has dicho – y dale.
          La casa entera, acuérdate. Me voy a dormir. Hasta mañana.


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