En una buena resaca de meta anfetamina sucede que, después saborear el glorioso momento del pensamiento a la velocidad de la luz todo va para abajo, y no hay remedio. Cada segundo tarda en desprenderse del anterior, como una página pringosa que tienes que esforzarte en despegar para poder pasar a la siguiente. El tiempo se vuelve viscoso, arenas movedizas, el cerebro atrapado en escarcha, y no hay remedio. Uno se siente incapaz, como un barco abandonado en un puerto sin mareas. Algo así. En el parque era igual, solo que sin droga ni paredes.
El incidente con Addas me había vuelto más receloso hacía los extraños y en el parque era lo único que sobraba, desconocidos. Aquello me afectó en el fondo, eso y la mala alimentación, imagino. Aletargado, las horas pasaban como continentes. Al menos no me atacaba ninguna paranoia, ya era algo, pero me sentía sin fuerzas, en un estado de desgana absoluto, clavado en el banco, sin hacer nada por encontrar trabajo, por ver a alguien… cada vez olía peor. Ni siquiera podía entretenerme con la guitarra, la había vendido para llegar a fin de mes, justo antes de morir Rusconi; la pequeña reserva disminuía progresivamente. Lis estaba fuera, de lo contrario creo que habría hecho el esfuerzo de visitarla. O no. Me sentía demasiado mal, estaba abatido. Ahora es fácil decir lo que uno habría hecho. Así que no diré más.
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