La mayoría de las vidas son libros que nadie querría leer. Yo no al menos. No todos. No enteros. Cada uno piensa lo que quiere, casi siempre, pero los puntos y las comas están en cualquier historia, quien lo diría. Todo esto porque hablé con un viejo, enfermo el pobre. Apenas media hora. Bebimos moscatel, fumamos; hablamos de Noruega, había vivido allí. Allí se enamoró, una alcohólica. Más que yo, decía.
Yo no había estado ni cerca de Noruega. Imagínatelo, allí hasta tus fantasmas se congelarían. El caso es que la chica murió, luego él un poco cada día. Así funciona: Las buenas historias terminan antes de tiempo, no importa cuanto duren. Le lié un cigarro. Casi no podía fumar, se le apagaba todo el rato. «Ves a esos policías – decía – pidiendo carnés, el otro día me lo pidieron a mi y el poli me dijo no te molestes Juan, tenemos que pedir veinte carnés y nos falta uno para poder irnos a casa, ¿no te importa? ¡Les falta uno y me lo piden a mi, que ya me conocen!» Reímos un buen rato, lo contó tres veces. Que grande reír: yo, el viejo, la plaza y las seis de la tarde. Así fue todo más o menos. Estaba leyendo La Peste cuando empezamos a hablar. Antes de irse dijo:
– ¿Te queda poco para acabar ese libro, eh? Sabes una cosa, yo en mi puta vida he acabado uno.
Páginas arrancadas del diario de un reptil (12)
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Una respuesta a «Páginas arrancadas del diario de un reptil (12)»
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Je!! Da gusto empezar así de entretenido la semana!
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